La historia de Pola.
Soundtrack ( https://www.youtube.com/watch?v=8i9vEBWnu9I ).
En un baño público de un bar de mala muerte se encontraba
Pola. Alta, delgada, de treinta y tantos años. Su pelo mojado, sus manos
temblorosas y las panties negras que llevaba puestas estaban rotas. Ella tenía
la mirada perdida, su pelo largo y el rímel corrido. Con mucho cuidado sacó de
su cartera verde una carta, la dejó en el piso mojado de ese bar y se largó.
Mucha gente entró y salió del baño sin percatarse de que se
encontraba esta carta en el suelo, al igual que su dueña, pasaron
desapercibidas. Cuando entró el dueño del bar al terminar la jornada junto con
el personal de aseo, notó que en su zapato había una carta, la tomó y se fue a
la barra a leerla mientras se tomaba un vaso de whisky.
“Madrid enero de 2011”
Dejo aquí mi manifiesto, mi historia para quien quiera
leerla y hacerla suya.
Mi nombre es Pola, tengo 34 años y era bailarina de ballet
en el teatro municipal. Hoy, ya no sé si soy Pola, no soy bailarina y estoy muy
lejos de ser la mujer que era. Conocí a un hombre, un hombre maravilloso, con
la libertad en sus venas quien me hizo sentir la mujer más hermosa que jamás
pudo existir, estaba tan cegada en lo maravillosa que me hacía sentir que jamás
noté que yo no era nada especial para él.
Seré cruda y muy específica en mi relato, así que te
recomiendo que si no estás dispuesto a leer lo que voy a escribir mejor dejes
de hacerlo.
Quizás los golpes que me dio no fueron suficientes para
hacerme reaccionar, para hacerme despertar, quizás las mentiras que dijo no
lograron despertar en mí una señal de alerta y mucho menos las mujeres con
quienes se acostó. Él era mi universo entero y ese precisamente fue mi error, así
me fue embaucando poco a poco hasta dejarme totalmente bloqueada y sin ningún poco
de dignidad.
Existían días en que sus golpes y las muchas veces e que me
ahorcó, tiró contra la pared o incluso, me decía que era una basura no eran tan
malos, muchas veces prefería eso a un abrazo, solo para sentirme viva. Cuando
me tomaba de los brazos fuertemente y me azotaba contra la pared podía sentir
como cada centímetro de mi ardía, cada golpe, cada sonido se clavaban en mis oídos
como una melodía furiosa. Él me amaba, o al menos eso me decía.
Todos los días eran increíbles a su lado, las tardes, los
besos y sus abrazos. El, era un verdadero artista. Conforme fue pasando el
tiempo el velo se me fue cayendo y comencé q ver quien era realmente, se
acostaba con otras a mis espaldas, yo ya
no era su único amor. Cada vez que traté de enfrentarlo me sentía culpable,
sentía que yo estaba mal y él se enojaba muchísimo al punto de que los golpes y sus humillaciones eran su
defensa. Me contagié de sida y perdí un hijo, ¿cómo podía ser posible que esta
mujer bella y risueña que algún día conocí ya no existiera? La vida me había
cambiado en cosa de segundos pero aun así jamás quise alejarme de él.
Hoy sentada sola en lo que era nuestra casa, miro desde mi
ventana el paisaje hermoso que se asoma. Yo ya no logro ver los colores, ni el
sol y mucho menos la hermosura de cada día. Recorro cada rincón antes de irme,
veo nuestras fotos y no imagino quienes son los que están en ella. ¿Cómo se
puede disfrazar tanto amor con tanta mentira y daño? ¿Cómo pude yo llegar convertirme en una lunática, insegura de sí
misma que ya no creía en nada? ¿Cómo pudo decirme te amo tantas noches si por
el día se juntaba y amaba a otras? ¿Cómo pude yo, hacerme el daño más grande?
La culpa estaba lejos de ser de él, la culpa era mía. El
dentro de su mundo sentía que era correcto ser así, yo no, y jamás…pero jamás
lo detuve.
No espero que esta carta sea un salvavidas para nadie, ni
que se transforme en una bandera de lucha, solo quería que alguien en algún lugar
me leyera, nada más.
Dudo que me conozcas, y dudo mucho más que algún día llegues
a hacerlo. No te diré que hice, si me quité la vida o seguí luchando en ella
tratando de encontrar a quien era. Sólo te diré que algún día creí en el amor,
lo viví, experimenté su amargura y dulzor. Hoy, no sé si existe, pues todo lo
que alguna vez amé, fue lo que me mató lentamente.
El dueño del bar alzó la mirada y se miró al espejo por un
largo rato, terminó su whisky, se puso su chaqueta y se fue. Mientras caminaba
hacía su casa y encendía un cigarro, tomaba con fuerza en su mano izquierda la carta
de esta misteriosa mujer, de su camisa sacó un anillo y se lo puso en el dedo
anular de su mano izquierda dándole un beso. La noche estaba helada y las
estrellas más nítidas que nunca. Llegó a su casa y pasó directo a un cuarto
donde dormía su pequeña hija. Se acostó a su lado dándole un beso y
abrazándola, al mismo tiempo sacó su celular y buscó entre sus contactos a una
tal María.
En un momento dudó si escribir o no y se quedó mirando a su
hija, finalmente inhaló fuertemente y escribió lo siguiente:
“María, tu almohada aún sigue sin ser ocupada, te esperamos”.
Él sabía que ella no iría a su casa así que simplemente se durmió a lado de su
hija, Matilde.
Llegó la mañana y él se despertó tal cual como se acostó,
abrazando a su hija. Al mirar por encima de su hombro vio un brazo y reconoció
su olor. Simplemente se acurrucó en los brazos de María suspiró y volvió a
dormir.
En el teléfono de él, un mensaje decía:
“Te amo, voy para allá en busca de mi almohada, mi Matilde y
tú. Espérame, siempre tuya. María”.
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