La otra Llorona.

Soundtrack "En mi memoria" Francisca Valenzuela. http://www.youtube.com/watch?v=PmYGHQlsPuA

Estaba sentada al lado de la cocina a leña, mirando la noche oscura por la ventana de madera en el campo de mis abuelos. Mientras miraba, tomaba mi té y escuchaba “en mi memoria” de Francisca Valenzuela. Recordaba con nostalgia como esta casa que hoy estaba silenciosa se llenó hace años atrás de risas, gritos y mucha gente cuando éramos todos más pequeños.
Recuerdo tontamente el miedo que me daba el campo por las noches, tantas historias y mitos que nosotros mismos replicábamos, recordaba latentemente el de LA LLORONA. La llorona, aún se me paran los pelos cuando la nombro, era una mujer satanizada que se llevaba a los hombres y los mataba porque había perdido a un hijo. Una mujer que tenía al demonio dentro, vigilaba los campos después de la media noche para ver si encontraba algún alma que devorar.

Volví a tomar un sorbo de mi té y seguí mirando la noche. De pronto, a lo lejos, vi una estela blanca por sobre la viña. Era extraño, no estaba nublado y la luna estaba llena. Dejé de lado mis miedos de niña, ya era una mujer grande, madre de un pequeño llamado Clemente que era la luz de mis días. Dejé mi taza de té encima de la mesa, fui a la pieza a buscar una manta mientras veía como mi hijo dormía plácidamente, me puse la manta y salí a recorrer el campo.
Mi corazón estaba acelerado propio del miedo que sentía por la oscuridad. Seguí caminado y me subí al viejo árbol para apreciar la viña completa. En mis oídos aun sonaba música “que me devore la noche…oscura. Oscura estoy”, acompañaba esa maravillosa frase el dulce piano de esa melodía. Comencé a sentirme más segura y empecé a disfrutar del espectáculo. De pronto, como un acto mágico, al son del piano comencé a divisar a lo lejos la silueta de una mujer. Me asusté pero no quería irme, quería quedarme y ver que sucedía. Era una mujer alta, con un vestido color vino tinto, su piel banca, sus ojos de aceituna y su pelo largo y plateado como una cascada. Con suaves movimientos se deslizaba entre medio de las viñas, era como ver a alguien en cámara lenta, su silueta delicada y sus manos suaves danzaban al son del viento.

¿Quién es esta mujer?- me preguntaba. Me quité los audífonos y a lo lejos se escuchaba un leve canto, casi imperceptible. De a poco comenzó a acercarse a mí, yo traté de esconderme y en ese momento en un acto torpe rompí una rama del árbol dónde estaba sentada llamando inmediatamente su atención.  Cada parte de mi cuerpo se erizó, yo quería salir corriendo pero algo en mi corazón me obligó a quedarme ahí.
Ella se acercó a mí, sus ojos penetraron en los míos, había tanta pena en ellos, sus labios rojos aún susurraban una melodía. Se agachó lentamente y me pasó una pequeña caja, la tomé con delicadeza sin preguntar nada. Ella dulcemente tomó mi mano la puso en su mejilla la cual estaba empapada en lágrimas. Me miró, sonrió y besó mi mano. Se fue danzando a la luz de la luna y siguió recorriendo la viña. Me quedé contemplándola por un momento y luego me dispuse a abrir la pequeña caja que me había entregado. Adentro de ella había muchas cartas, unos zapatitos pequeños de lana y un trozo de una camisa a cuadros. Leí cada una de las cartas y comencé a entender la historia.

Esta nostálgica mujer, alguna vez fue una mujer feliz. Joven esforzada, temporera de campo que a sus dulces 16 años trabajaba la tierra como toda su familia. Trabajaba cortando la uva, cuidándola para que después se convirtiera en el más dulce vino. Su belleza era única, era la mujer más linda del lugar. Sin querer se enamoró de quien sería su más grande condena y amor. Ella y el hijo del dueño de las tierras que por años su familia trabajó se enamoraron y comenzaron a verse en secreto, las viñas cada noche eran testigos de su amor clandestino e infinito. Él tenía los ojos como el mar, cabellos de miel y la piel decorada con pecas tal como un cielo estrellado. Nadie sabía de este amor prohibido.
Un día el cuerpo de ella comenzó a cambiar al igual que la luna a lo largo del mes, el fruto del amor de ambos yacía en su vientre. Días desastrosos de avecinaban, ambas familias enojadas los separaron, estuvieron meses sin poder verse, solo los unían las cartas que se escribían. Ella todas las noches iba a la viña a escondidas para ver si su amor aparecía, lloraba y le pedía a la luna que los juntara.
Llegó la última carta en donde él  le decía que se juntaran ese mismo día a media noche en las viñas, ella llena de felicidad corrió a su casa a preparar todo y olvidó la carta en el suelo de aquel campo. Para el infortunio de ambos, el campo, celoso del amor de ambos tenía deparado para su destino un horrible final. El campo se había enamorado de esta hermosa mujer y su canto y en un ataque de celos la despojó de su único amor. Al llegar él a las viñas fue atrapado por esta misma, con sus plantas enredaderas dejándolo sin aire, sin poder moverse y sin poder gritar hasta que a la luz de la luna en un último suspiro dejó de existir.

Minutos después llego ella, llena de felicidad sabiendo que su vida entera iba a cambiar esa noche. Esperó y esperó durante horas, comenzó a caer le rocío lentamente sobre las viñas, sus ojos llenos de lágrimas y en su vientre el fruto de un amor maravilloso que crecía día a día. Salió el sol y el paisaje era simplemente sublime, comenzó a caminar y se encontró con esta macabra sorpresa que el campo le tenía preparada. Entre medio de las uvas yacía su amado sin vida.

Un grito desgarrador se sintió en todo el campo.
-¡Maldito campo!, celoso y ¡maldito! Que me quitaste lo único que tenía- exclamó llena de dolor.
Sus pies comenzaron a ser rodeados por las plantas enredaderas, subiendo por sus piernas, recorriendo su vientre hasta llegar a su hermoso rostro. Ya nada importaba, sus ojos llenos de lágrimas se cerraron y con los primeros rayos de sol de aquella mañana de septiembre ella dejó de existir.
Comenzó a caer un leve rocío por todo el campo, nunca antes había pasado que el rocío cayera con tanta intensidad, la uva se nutrió de esa leve brisa llena de vida.
Desde aquel día ella cada noche recorre las viñas de Chile, danzando, cuidándolas con su canto, sus manos y su belleza. El campo se había enamorado de ella y la había hecho su mujer para que su belleza y su canto cuidaran y guiara la riqueza más grande que este poseía, su sangre, su corazón. La uva.
Cada mañana con el primer rayo de sol llegaba en forma de rocío a cubrir las viñas con su delicadeza su pequeña hija que nunca alcanzó a abrir los ojos. El fruto del amor mágico entre dos enamorados, era la encargada de lavar y llenar de vida cada gajo de nuestra maravillosa uva Chilena. Era así como madre e hija se convirtieron en las guardianas de nuestras viñas, lejos de ser cualquier historia satánica y fantasmagórica, esta era lejos la mejor historia de amor que había leído en mi vida.
Ya amanecía y me quedé contemplando el fin de este espectáculo que me tocó presenciar. Ella se despedía a lo lejos haciéndose una con la tierra y el sol, mientras dulcemente su hija caía como pequeñas hojas de cristal por sobre la viña.
Deje la pequeña caja bajo el árbol y volví a mi casa. Me recosté junto a Clemente, lo besé y me dormí.

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